Darle vueltas a una silla es una actividad preciosa; es un misterio increíble, uno nunca sabe qué habrá del otro lado de la silla. La mente recorre sus parajes recónditos y anda y anda: es jugar a los conejos, a los molinos y a los gigantes. En el desierto más furtivo del tiempo y el espacio no queda más que la mente. "Entramos en un callejón. Negro, podredumbre, húmedo, húmedo, moho..." como dijo alguien sin nombre.
La silla se divierte, viéndonos perdernos en el labertino de sus formas, en la línea circular que nos regresa al mismo camino, más adentro, más adentro.